De citanias e empanadas
A Arqueoloxía celto-fascista, de acordo co novo contexto institucional e ideolóxico xurdido trala guerra civil, foise transformando paseniñamente ao longo da década de 1950, malia que sen modificar plenamente o continuismo con respecto aos anos 40. En Galicia a Arqueoloxía de base etnicista atopábase no seu apoxeo, reflectindo mimeticamente a situación da disciplina a escala estatal. A este respecto, cómpre sinalar a implicación da arqueoloxía galega nas iniciativas da Arqueoloxía do momento, como a celebración do III Congreso Nacional de Arqueoloxía en 1953. Nesta reunión o Museo de Pontevedra presentou unha comunicación sobre os traballos de realización da Carta Arqueolóxica Provincial. No apartado de citanias exploradas vén unha referencia a A Lanzada: La última citania explorada es la de La Lanzada, donde trabajan, desde 1950, con Sánchez Cantón y conmigo [Filgueira Valverde], Blanco Freijeiro y García Alén. Se trata de un conjunto impresionante por sus perspectivas históricas y por el paisaje en que está enclavado.
Na introdución ás actas do Congreso, publicadas en 1955, atopamos unhas declaracións do presidente do Congreso Nacional de Arqueología, o almirante Bastarreche, salvador de Pontevedra durante o Alzamiento, que reflicten perfectamente o contexto político do momento:
En Pontevedra, en momentos apurados en que se jugaba el interés de España y había que tomar una determinación la tomamos; vinimos al Gobierno Civil donde reinaba un gran desbarajuste, donde todos querían lanzarse a la calle con un arma y nos volvimos a Marín convencidos de que era necesario declarar el estado de guerra. Envié un avión de los que estaban a mis órdenes con una carga de bombas que pesaban diez quilos y que entonces asustaban. Cuando se disparó un cañonazo al aire, aquello se deshizo. Agradezco mucho al Presidente de la Diputación que recuede aquellos momentos tremendos y emocionantes. Cuando me fuí de Pontevedra a mandar el ‘Canarias’ me hicieron una despedida apoteósica y en un discurso pronunicado desde el balcón del Ayuntamiento dije que volvería al cabo de tres meses, que era lo que se calculaba que duraría nuestra guerra, y ofrecí que a su término volvería a Pontevedra a tomar la clásica empanada y el buen vino de la tierra; y cuando volví, tres años después, me obsequiaron en el ‘Lérez’ con una empanada que tenían que llevarla entre seis personas.
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